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Ángel Vera, maestro ceramista: cuando ciencia y artesanía se ponen a disposición del tiempo

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Ángel Vera une, como ningún otro Maestro del Tiempo, la naturaleza, la química y el talento artesano. Tras sus piezas de cerámica se halla una conexión única con el entorno que le rodea y con su forma -relativa- de asumir el paso del tiempo.

Por Esther Morales

Hay terrenos en los que el arte y la ciencia se encuentran. Al menos, así lo solía relatar un grande de su tiempo como Carl Sagan, que encontraba poesía en los fenómenos del universo. Pero si hay una muestra de esta sinergia es la forma en la que la artesanía y la alquimia se relacionan en un taller de cerámica como el de Ángel Vera.


Siempre, sin prisa, como solo uno de los Maestros del Tiempo protagonistas de la última campaña de Cervezas Alhambra sabe concebir. Con procesos químicos que son todo un reflejo de un devenir ya presente en la naturaleza: como una fermentación lenta que se traduce en el inigualable sabor de Alhambra Reserva 1925. Con matices, aromas, acabados irrepetibles, tan perfectamente imperfectos como los bordes, las texturas y los esmaltados que dan vida a las piezas de cerámica de Ángel.


Una combinación única entre historia, ciencia y talento, desarrollada desde un laboratorio único, como es La Alpujarra. Allí comienza la historia de una familia, que no se conformaba con los valores de la gran ciudad y decidieron, guiados por el padre de Ángel, emprender una nueva andadura. “Cambiamos completamente de vida. De estar en colegios privados donde estábamos con famosos a convivir con los pastores en la zona más pobre, inhóspita y primitiva de España”, relata él mismo.



Porque sin esos nuevos comienzos, quizás Ángel nunca hubiese aprendido a dominar el tiempo con su oficio. Y puede que La Alpujarra se hubiese perdido a uno de los artífices claves de su legado artesano. La suya es la prueba de que, a veces, las cosas ocurren por alguna razón: como una reacción química en la que no hay vuelta atrás y en la que todos los componentes se orquestan hacia un fin.


El caos de un genio científico


Mi padre era investigador. Tenía aspecto de loco y excéntrico”, recuerda Ángel. “Era un desordenado y también un apasionado. Se levantaba a las 6 de la mañana, comía cualquier cosa, escribía, hacía conferencias… Era un hombre al que le gustaban muchas cosas”.


Y es que, para entender el relato de Vera, hay que comprender la confluencia de intereses que pasaban por la mente de su progenitor. “Mi padre era investigador en Madrid en energía nuclear. Pasó 24 años estudiando sobre cómo neutralizar los isótopos, que son muy peligrosos y generan alteraciones en el medio ambiente, en los seres vivos y el agua”, explica.

<p>Hay terrenos en los que <strong>el arte y la ciencia</strong> se encuentran. Al menos, así lo solía relatar un grande de su tiempo como Carl Sagan, que encontraba poesía en los fenómenos del universo. Pero si hay una muestra de esta sinergia es la forma en la que <strong>la artesanía y la alquimia</strong> se relacionan en un taller de cerámica como el de <strong>Ángel Vera</strong>.</p>

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<p>Siempre, <a href="https://www.alhambra.dev.es3digital.com/es/mirador/cultura/sin-prisa-as%C3%AD-rinde-homenaje-alhambra-reserva-1925-a-todos-los-maestros-artesanos" rel="noopener noreferrer" target="_blank"><strong>sin prisa</strong></a>, como solo uno de los <a href="https://www.alhambra.dev.es3digital.com/es/maestros-del-tiempo" rel="noopener noreferrer" target="_blank"><em>Maestros del Tiempo</em></a> protagonistas de la última campaña de Cervezas Alhambra sabe concebir. Con procesos químicos que son todo un reflejo de un devenir ya presente en la naturaleza: como una fermentación lenta que se traduce en el inigualable sabor de <a href="https://www.alhambra.dev.es3digital.com/es/nuestras-cervezas/alhambra-reserva-1925" rel="noopener noreferrer" target="_blank"><strong>Alhambra Reserva 1925</strong></a>. Con matices, aromas, acabados irrepetibles, tan perfectamente imperfectos como los bordes, las texturas y los esmaltados que dan vida a las piezas de cerámica de Ángel.</p>

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<p>Una combinación única entre historia, ciencia y talento, desarrollada desde un laboratorio único, como es <strong>La Alpujarra</strong>. Allí comienza la historia de una familia, que no se conformaba con los valores de la gran ciudad y decidieron, guiados por el padre de Ángel, emprender una nueva andadura. “<em>Cambiamos completamente de vida. De estar en colegios privados donde estábamos con famosos a convivir con los pastores en la zona más pobre, inhóspita y primitiva de España</em>”, relata él mismo.</p>

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<p><span class="fr-video fr-dvb fr-draggable" contenteditable="false" draggable="true"><iframe width="100%" height="688" src="https://www.youtube.com/embed/LuupW4LwQUk" title="YouTube video player" frameborder="0" allowfullscreen=""></iframe></span></p>

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<p>Porque sin esos <strong>nuevos comienzos</strong>, quizás Ángel nunca hubiese aprendido a dominar el tiempo con su oficio. Y puede que La Alpujarra se hubiese perdido a uno de los artífices claves de su legado artesano. La suya es la prueba de que, a veces, las cosas ocurren por alguna razón: <strong>como una reacción química</strong> en la que no hay vuelta atrás y en la que todos los componentes se orquestan hacia un fin.</p>

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<h2 style="text-align: center;"><strong>El caos de un genio científico</strong></h2>

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<p>“<em>Mi padre era investigador. Tenía aspecto de loco y excéntrico</em>”, recuerda Ángel. “<em>Era un desordenado y también un apasionado. Se levantaba a las 6 de la mañana, comía cualquier cosa, escribía, hacía conferencias… Era un hombre al que le gustaban muchas cosas</em>”.</p>

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<p>Y es que, para entender el relato de Vera, hay que comprender <strong>la confluencia de intereses</strong> que pasaban por la mente de su progenitor. “<em>Mi padre era investigador en Madrid en energía nuclear. Pasó 24 años estudiando sobre cómo neutralizar los isótopos, que son muy peligrosos y generan alteraciones en el medio ambiente, en los seres vivos y el agua</em>”, explica.</p> <p>Hay terrenos en los que <strong>el arte y la ciencia</strong> se encuentran. Al menos, así lo solía relatar un grande de su tiempo como Carl Sagan, que encontraba poesía en los fenómenos del universo. Pero si hay una muestra de esta sinergia es la forma en la que <strong>la artesanía y la alquimia</strong> se relacionan en un taller de cerámica como el de <strong>Ángel Vera</strong>.</p>

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<p>Siempre, <a href="https://www.alhambra.dev.es3digital.com/es/mirador/cultura/sin-prisa-as%C3%AD-rinde-homenaje-alhambra-reserva-1925-a-todos-los-maestros-artesanos" rel="noopener noreferrer" target="_blank"><strong>sin prisa</strong></a>, como solo uno de los <a href="https://www.alhambra.dev.es3digital.com/es/maestros-del-tiempo" rel="noopener noreferrer" target="_blank"><em>Maestros del Tiempo</em></a> protagonistas de la última campaña de Cervezas Alhambra sabe concebir. Con procesos químicos que son todo un reflejo de un devenir ya presente en la naturaleza: como una fermentación lenta que se traduce en el inigualable sabor de <a href="https://www.alhambra.dev.es3digital.com/es/nuestras-cervezas/alhambra-reserva-1925" rel="noopener noreferrer" target="_blank"><strong>Alhambra Reserva 1925</strong></a>. Con matices, aromas, acabados irrepetibles, tan perfectamente imperfectos como los bordes, las texturas y los esmaltados que dan vida a las piezas de cerámica de Ángel.</p>

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<p>Una combinación única entre historia, ciencia y talento, desarrollada desde un laboratorio único, como es <strong>La Alpujarra</strong>. Allí comienza la historia de una familia, que no se conformaba con los valores de la gran ciudad y decidieron, guiados por el padre de Ángel, emprender una nueva andadura. “<em>Cambiamos completamente de vida. De estar en colegios privados donde estábamos con famosos a convivir con los pastores en la zona más pobre, inhóspita y primitiva de España</em>”, relata él mismo.</p>

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<p>Porque sin esos <strong>nuevos comienzos</strong>, quizás Ángel nunca hubiese aprendido a dominar el tiempo con su oficio. Y puede que La Alpujarra se hubiese perdido a uno de los artífices claves de su legado artesano. La suya es la prueba de que, a veces, las cosas ocurren por alguna razón: <strong>como una reacción química</strong> en la que no hay vuelta atrás y en la que todos los componentes se orquestan hacia un fin.</p>

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<h2 style="text-align: center;"><strong>El caos de un genio científico</strong></h2>

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<p>Y es que, para entender el relato de Vera, hay que comprender <strong>la confluencia de intereses</strong> que pasaban por la mente de su progenitor. “<em>Mi padre era investigador en Madrid en energía nuclear. Pasó 24 años estudiando sobre cómo neutralizar los isótopos, que son muy peligrosos y generan alteraciones en el medio ambiente, en los seres vivos y el agua</em>”, explica.</p>

Estaba indignado con su trabajo, porque no estaba bien (a pesar de que le gustaba mucho). Entonces buscó un lugar en el campo y compró una finca. Vivía convencido de cambiar totalmente de vida, de ganarse el sustento con las manos y de ser más honesto, porque no le gustaban esas diferencias sociales”.


Fue él, de hecho, el primero que hizo una aproximación -desde lo químico- a la cerámica. “No se dedicaba a hacer una cerámica en concreto, sino que solía ayudar a gente e investigar si le preguntaban sobre los esmaltes”. Una labor con la que, incluso, logró sacar la formulación de los vidrios que se hacían en la zona durante la época del Imperio Romano.


Auténticos hitos con los que Ángel vivió su adolescencia en La Alpujarra y que le hicieron decantarse por la cerámica recién salido del instituto (también, influenciado por el ambiente artístico, repleto de pintores y escultores, con el que se había criado siempre). “En vez de ir a la universidad, me puse a trabajar. Me gustaba mucho el campo. Comencé con la agricultura ecológica, pero no nos generaba dinero. La cerámica la cogí porque me quedaba muy cerca”, cuenta.

Ser artesano (no artista)

alhambra reserva 1925 maestros del tiempo angel vera


Después de 30 años dedicando su tiempo a la cerámica, Ángel todavía puede recordar aquel primer acercamiento a los materiales y a la magia del esmaltado. “Mi padre nos enseñó la base de todo, desde sacar la tierra del campo y lavarla hasta hacer los hornos. Todos los procesos necesarios para hacer cerámica los conocíamos desde su raíz. Y luego, el aspecto más complejo, que es la química del esmaltado, también”.


Un origen que da pie a sus primeros pasos en el oficio, pero que se consolida con una trayectoria que bebe de diversas técnicas y fuentes, que llegan desde lugares como Japón o Estados Unidos. Lo cierto es que, aunque entiende el valor de la cerámica popular, Ángel Vera considera que su oficio requiere una evolución constante, en favor de crear con un fin. “Las piezas que hago siempre han sido útiles. Yo no he buscado ser artista conceptual, sino sobrevivir de mi trabajo. Y lo que siempre he querido es que la pieza sea bonita, pero que tenga una función”, matiza.


Es una buena parte del talento de este Maestro del Tiempo y de su poder de adaptación. De convertir platos y cuencos ornamentales, destinados a vivir sus días colgados en una pared, en piezas útiles que siguen las tendencias del momento. Porque, según explica, “tienes que ir viendo lo que se lleva y tener flexibilidad para ir cambiando el estilo”. De hecho, es una de las razones por las que hoy tiene a chefs de vanguardia entre sus clientes más asiduos, siempre en busca de “productos exclusivos que llevan algo de mi alma”.

Unas manos que atestiguan el tiempo

Ángel no se considera a sí mismo un artista, aún siendo consciente del aspecto creativo presente en sus piezas. Tampoco lo hace desde el prisma económico, sino con la intención de “cultivar un poco más el cariño, cuidar más la pieza, disfrutar más del trabajo y dedicarle más tiempo”, explica.


Ni siquiera uno de los Maestros del Tiempo como él puede vivir ajeno a las exigencias del ritmo frenético de nuestros días. “Antiguamente, el tiempo no tenía tanto valor como ahora”, cuenta. “Cuando te metes en el taller y te enfrascas en el trabajo, puedes estar tan estresado como un oficinista. Sin embargo, hay clientes que te dan tiempo para sus piezas y las disfrutas de otra manera”.


Al fin y al cabo, un taller ubicado en las entrañas de La Alpujarra no puede entender el tiempo desde una perspectiva fija. “Aquí, el amanecer, el atardecer, las estaciones, las hojas de los árboles, la nieve, el viento... te dan una información diferente. Tenemos unas referencias del tiempo más cercanas a la tierra”.

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Tan cercanas como las de los maestros cerveceros de Cervezas Alhambra, que han pasado casi un siglo esperando, cosecha a cosecha, a que la tierra ofrezca los lúpulos, la malta y la levadura que conforman la fórmula de Alhambra Reserva 1925. Materias primas únicas, como los barros que componen las piezas de Ángel, pero que también requieren de un largo proceso para convertirse en experiencias irrepetibles.


En su caso, una fermentación lenta y un embotellado único, que dejan aflorar todos los matices y sabores de una cerveza imprescindible. Fruto de un larguísimo proceso de investigación, como el que empezó Ángel Vera a las órdenes de su padre y que ha culminado, sin prisa, en un oficio artesano cien por cien conectado al paradigma del tiempo.

Naturaleza, ciencia y creatividad


Desde luego, el tiempo tampoco se vive por igual cuando su historia de vida va desde lo puramente científico hasta lo creativo, pasa por la influencia de la naturaleza y convierte sus reflexiones en filosofía. Es, en sí, el espíritu de los mismos pensadores que sabían unir lo mejor de todos estos mundos para intentar dar sentido a lo que nos rodea.

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Cuenta Ángel Vera que el tiempo “es una entelequia. Y matiza “pero, claro, explícaselo a un relojero. El tiempo no es una magnitud absoluta, es relativa. Por ejemplo, el tiempo de la tristeza es muy largo y el tiempo de la alegría es corto”. Porque escuchar a un Maestro del Tiempo como él es toda una invitación a ver el cosmos, el paso de las estaciones y los fenómenos naturales de otra forma.


Einstein decía que la única magnitud constante es la luz. Lo demás, el tiempo, la distancia, el peso y todo es relativo. La única magnitud constante es la luz (y la luz es la búsqueda de todas las religiones del mundo)”, concluye.


Un tiempo que hace posible todo aquello que merece la pena. Desde una cerámica que es resultado de unas manos prodigiosas y una mente erudita, a una cerveza tan icónica como Alhambra Reserva 1925.

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