Pasado y presente, tradición y vanguardia. La música es capaz de salvar las distancias temporales y crear un lenguaje nuevo en el que el folclore dialoga fluidamente con la electrónica, estableciendo una conversación tan poderosa como atractiva para el gran público.
Por Iñigo Lauzurica Martínez
Una simbiosis que está ayudando a proteger y preservar para el futuro un patrimonio musical extraordinariamente rico. Un legado que, de otra manera, podría haberse visto relegado al olvido o a un consumo minoritario por parte de una comunidad restringida de oyentes.
Posiblemente, el de Rosalía sea el proyecto de tradición y vanguardia que más fronteras ha hecho saltar por los aires en los últimos tiempos. En 2018, la catalana sorprendió al mundo con ‘El mal querer’, su segundo álbum de estudio que, al mismo tiempo, le sirvió como tesis de grado en la Escuela Superior de Música de Barcelona donde cursaba sus estudios. Coproducido por El Guincho, aquel trabajo fusionaba las raíces más flamencas con trap, reggaetón, pop experimental y R&B latino. Aclamada unánimemente por la crítica, aquella tarjeta de presentación le abrió de par en par las puertas de la fama. La obra, conceptual, se inspiraba en un escrito de autor desconocido, fechado en el siglo XIII titulado ‘Flamenca’, una joya de la literatura medieval redactada en occitano que versaba sobre el engaño, los celos y el maltrato. El boom internacional del álbum le llevó, posteriormente, a trabajar con artistas como Billie Eilish, Bad Bunny, Ozuna o Travis Scott, manteniendo, según afirma, la esencia original de su propuesta con raíz. Hasta el momento, su arte le ha reportado un Grammy Award, ocho Latin Grammy Awards, dos MTV Video Music Awards, un MTV Music Award, dos UK Music Video Awards y dos Premios Ruido, entre otros reconocimientos.
Rosalía, la cantante catalana convertida en estrella, durante su concierto en La Noche Blanca de Córdoba, patrocinado por Cervezas Alhambra
Otro de los alumnos más aventajados de esta promoción es, sin duda, Alejandro Guillán, más conocido como Baiuca. Curiosamente, su proyecto musical, en el que la tradición gallega más ortodoxa se da la mano con la electrónica más sofisticada, comenzó a cobrar forma cuando abandonó su Catoira natal y se estableció en Madrid. En aquellos días, Guillán compaginaba su empleo en Primark con una propuesta de electropop hedonista y ochentero bajo el nombre de Alex Casanova, pero la creciente morriña que le provocaba su trocito de Pontevedra creció hasta invadir regiones completas de su geografía creativa y adquirir identidad propia. Decidió bautizar aquel sentimiento hecho música con el nombre de Baiuca, una palabra empleada en Galicia y algunas zonas de Brasil para referirse a las tabernas populares, y le arrancó de cuajo los prejuicios. Mezcló muñeiras con beats, misticismo, loops, meigas, sampleos, cantares tradicionales y sintetizadores. Y el resultado le aupó al olimpo de la folktrónica. Con dos álbumes en la calle, ‘Solpor’ (2018) y ‘Embruxo’ (2021), el “friki de la clase que tocaba la gaita” se ha convertido en uno de los talentos emergentes con más proyección de la escena.
Baiuca durante su concierto del Ciclo Momentos Alhambra en la ciudad de Sevilla.
El asturiano Rodrigo Cuevas también se ha consolidado como como un “agitador folclórico” de primer orden. El artista, convencido de que “la tradición es una vía de expresión común a todos los seres humanos“, es el artífice del álbum ‘Manual de Cortejo’ (2019), creado mano a mano con el icónico Raúl Refree -colaborador de Rosalía- y ha facturado singles tan celebrados como ‘La Magia de tu melena’ junto al gallego Ortiga. Defensor de que “la belleza que esconde la cultura de un pueblo está en su folclore”, combina sin límites ni pudor todo tipo de referencias: xiringüelu, danzas gallegas, copla, bases electrónicas, vocoder, cabaret, burlesque… Para redondearlo todo, sazona su trabajo con grandes dosis de humor, “que es lo más transgresor”. “No busco hacer evolucionar el folclore asturiano, sólo quiero expresarme, divertirme y hacer lo que me da la gana”, asegura.
Y ya que hemos citado a Ortiga, no podemos dejar pasar la ocasión de nombrar a Boyanka Kostova, el proyecto en el que participa creando crossovers tan impactantes que han sido definidos como trap galego o twerking rural. El grupo tomó su nombre del de una atleta búlgara de halterofilia, campeona del mundo e implicada en los casos de dopaje de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, y se lanzó a la aventura del trap con raíces gallegas y enormes dosis de diversión. Sus letras hablan de temas tan cotidianos como las churrascadas o las verbenas y, cuando se ponen románticos, nos cantan aquello de “o mellor que podo facer para que me queiras é contarte todas ashectáreas que teño de leiras”.
La banda británico-hispana Crystal Fighters también se rindió a la fusión de géneros y épocas mezclando el dance progresivo con la txalaparta -un instrumento ancestral de percusión consistente en maderas que son golpeadas con palos por los txalapartaris- y diferentes elementos del folclore vasco. Laure Stockley, una de las integrandes originales del grupo, tiene ascendencia vasca y cuenta que un buen día, haciendo limpieza en el caserío familiar, encontró una ópera inacabada firmada por su abuelo. El hallazgo se convirtió en una obsesión para ella hasta el punto que su título sirvió de inspiración para bautizar a la banda y estableció un vínculo estable del grupo con la cultura euskaldun. En 2013, aquella influencia acabó sustanciándose en un directo, Cave Rave in Zugarramurdi, un espectáculo singular, gestado en el interior de las cuevas navarras, en el que el sonido de la txalaparta y la electrónica forjaron una alianza única. El buen sabor de boca que les dejó aquella vivencia les llevó, en 2019, a volver a Euskadi, más concretamente a la localidad costera de Bermeo, para celebrar su propio festival: el Wave Rave.
Rodrigo Cuevas durante su actuación en el Centro Botín, un concierto dentro de la programación de Música abierta Momentos Alhambra.
Fotógrafo: Dani Vidala. Por cortesía del Centro Botín
Y en este pequeño recorrido por las bandas que enlazan pasado y futuro no podían faltar ellos: Califato ¾, la banda andaluza que fusiona la música enraizada en la tradición popular con electrónica avanzada. Procedentes de diversos colectivos caracterizados por su pasión por la “cultura escondida”, sus integrantes cuentan con un manifiesto en el que, entre otras propuestas, defienden explorar el cante andaluz y la cultura andalusí desde el respeto y la irreverencia, abrir nuevos caminos de temperamento flamenco desde el conocimiento de las raíces o combinar la electrónica de todo género con sonidos arraigados a la idiosincrasia andaluza importando referencias que van de los romances judeo-cristianos a la música cañí. Tras publicar su sorprendente álbum de debut en 2019, ‘Puerta de la Cânne’, el quinteto ha lanzado su segundo disco en 2021 bajo el título ‘La Contraçeña’, una fiesta andalusí con bola de espejos incorporada.
El movimiento ha cobrado inercia y se antoja imparable. Varios de los artistas emergentes que forman parte de nuestra playlist, como el aragonés Idoipe, el malagueño Christian Mira, o el dúo andaluz RomeroMartín, adalides del flamenqueer, han tomado el relevo y podemos asegurar que la tradición, nuestra herencia musical, se perpetuará en la historia enriqueciéndose a través de la fusión.
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