Antes, mucho antes de que el rock and roll conquistara los corazones de los norteamericanos, existió un circuito reservado para los artistas afroamericanos.
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Durante los años 30, los músicos, actores y comediantes que se veían apartados de los escenarios principales por el color de su piel, recurrían al denominado Chitlin Circuit: un rosario de pequeños locales emplazados en las zonas sur, este y medio oeste superior de los Estados Unidos, donde podían ganarse la vida y darse a conocer. Aquel itinerario, que echó a andar con los grandes mitos del blues, acabó provocando el nacimiento del rock and roll tras la Segunda Guerra Mundial y, más tarde, a lo largo de la década de los 60, representó todo un refugio de aceptación al margen de la segregación racial. Una colección de pequeños grandes escenarios que vio nacer a auténticos mitos de la música, como Ike & Tina Turner, Ray Charles, Otis Redding, Sam Cooke, BB King, James Brown & The Famous Flames o John Lee Hooker.
La denominación Chitlin procede del tipo de comida ‘soul food’ típica del sur de los Estados Unidos a principios del siglo XIX. Los ‘chitterlings’ eran intestinos de cerdo hervidos, un plato invernal que forma parte de la tradición culinaria afroamericana. El paralelismo entre un plato que se come por necesidad pero que acaba gustando y los locales donde se veían obligados a actuar estos artistas, resulta más que evidente. Si bien aquel plato era, para muchos, de ‘segunda clase’, la música que llenaba aquellos locales era de la máxima calidad.
Todo comenzó en Indianapolis, de la mano de dos empresarios: Sea & Denver D. Ferguson. La Theatre Owners Booking Association, el circuito oficial de vodevil para artistas afroamericanos de los años 20, se desplomó tras la Gran Depresión y los hermanos Ferguson comenzaron a mover los hilos para atraer a los mejores artistas negros a la ciudad. Poco a poco establecieron una red integrada por más de una treintena de locales repartidos por Atlanta, Austin, Chicago, Detroit, Nueva York, Memphis, Pitsburgh, Filadelfia o Washington, entre otras muchas localidades. Tanto se consolidó que, en su momento, para consagrarse como artista, se decía que los intérpretes debían completar la denominada Litchman Chain, consistente en actuar en cuatro lugares muy concretos dentro del Chitlin Circuit: el Regal de Chicago, el Apollo de Harlem, el Uptown de Filadelfia y el Howard de Washington.
En realidad, no todo eran buenos teatros. Había, además, muchos pequeños clubes de blues, una larga lista de antros con el suelo de tierra conocidos como juke joints, y pequeños bares. Según explicaba el cantante Lou Rawls, asiduo del circuito durante los 50 y los 60, eran lugares estrechos, concurridos y ruidosos. “La única forma de conectar con el público era contarle una historia que consiguiera dirigir su atención hacia la canción que querías cantar”, explicaba. Las entradas costaban uno o dos dólares, las bebidas eran baratas, la ubicación de los establecimientos solía coincidir con los paseos y las zonas más concurridas y el nivel de los artistas era increíble. Gracias a ello, el Chitlin Circuit se hizo tremendamente popular y logró mantenerse como itinerario estable durante tres décadas.
En cuanto a su influencia en el nacimiento del rock and roll, podemos hacernos una idea de ello revisitando la biografía de Elvis. En la película estrenada recientemente por Baz Luhrmann podemos observar como un jovencísimo Elvis, criado en el seno de una comunidad negra, contemplaba a hurtadillas el interior de un local del Chitlin Circuit. Allí, en la penumbra, Willie Mae Thornton, más conocida como Big Mama Thornton, interpretaba uno de sus temas más emblemáticos: ‘Hound Dog’. Corría el año 1953 y sólo faltaban tres años para que Elvis Aaron Presley revolucionara la historia de la música con su propia versión de aquella increíble canción.
La historia no es nueva. ‘Gran Bola de Fuego’, el biopic de Jerry Lee Lewis, contiene una escena muy similar con el protagonista y su primo, el futuro predicador Jimmy Lee Swaggart, fisgando lo que ocurre sobre el escenario del Haney’s Big House de Louisiana. Little Richard también moldeó su extravagante personalidad tocando el piano y cantando en los locales del circuito durante los años 50, fundamentalmente en el club Skylark de Hopkinsville. Cuando su carrera despegó, en 1955, contrataron a un sustituto para cubrirle en los bolos de provincias: un tal James Brown. Incluso Jimi Hendrix, mucho antes de convertirse en uno de los referentes del rock, se forjó como músico de acompañamiento en los locales del circuito.
Otra de las maravillosas historias que componen el anecdotario del circuit nos cuenta que, en 1940, el local del Chitlin donde actuaba BB King comenzó a arder después de que dos tipos que se peleaban tirasen al suelo una lámpara de keroseno. Ya en el exterior, el artista se dio cuenta de que su guitarra seguía dentro y regresó, jugándose la vida, para rescatarla. Cuando todo acabó, preguntó qué demonios había sucedido. “Estaban discutiendo por esa camarera, Lucille…”, le respondieron.
La decadencia del circuito llegó en el momento en el que la segregación racial dejó de ser legal en los Estados Unidos y los artistas blancos y negros pudieron compartir escenarios de forma natural. A pesar de este declive, nunca llegó a desparecer del todo y hoy en día sigue funcionando, a una escala mucho menor pero con recintos de mayor aforo, bajo la dirección de Rodgers Redding, el hermano de Ottis Redding. Todo un legado de arte, respeto y tradición.
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