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Por María José Amengual
En la época estival, cuando el calor aprieta, no suelen apetecernos platos densos y pesados, por eso una sopa fría como el ajoblanco es una de las opciones más deliciosas que podemos preparar. Una receta tradicional que reúne todo el buen hacer de nuestras madres y abuelas y que, sin duda, será un acierto seguro.
Si a la tradición culinaria unimos la tecnología actual, conseguiremos tener este plato listo en muy poco tiempo, por eso nuestro consejo es emplear una batidora lo más potente posible para triturar todos los ingredientes y, en pocos minutos, tener lista esta deliciosa receta que podemos servir como primer plato o para una cena.
Por último, no podemos olvidarnos de la ventaja que supone que se trate de una receta que debe prepararse con antelación, incluso de un día para otro, pues conviene guardarla en la nevera para que esté bien fría, algo indispensable para combatir las altas temperaturas. Esto nos permitirá organizarnos con tiempo en la cocina y poder disfrutar del tiempo con los nuestros sin complicarnos demasiado entre fogones.
Una receta tan refrescante como esta necesita de un maridaje que esté a la altura, como Alhambra Reserva 1925. La sinfonía de sabores ácidos, dulces, salados y amargos de la sopa encuentra el equilibrio por afinidad o contraste con la acidez y el amargor de la cerveza, al tiempo que el alcohol mejora la textura, haciéndola más sedosa.
Una combinación que, sin duda, se convertirá en una de nuestras favoritas para el verano por resaltar las variedades de lúpulo aromático más exclusivas, que aportan a esta cerveza sus característicos aromas florales. Se trata de una cerveza que invita a disfrutar la vida a través de los detalles, a prestar atención a los pequeños placeres que nos ofrece el día a día y a saborear cada instante.
Aunque si hablamos de gazpachos a todos se nos viene a la cabeza el encarnado color de los tomates, lo cierto es que el ajoblanco es la más antigua sopa fría que podemos encontrar en nuestra gastronomía. Hay quien sitúa su origen en la época musulmana, en la que las almendras eran uno de los ingredientes principales, pero no debemos olvidar que este alimento se utilizaba en la cocina de la Hispania romana, por eso muy probablemente el origen deba buscarse en esa época.
De hecho, Marco Gavio Apicio, un reputado cocinero de la época romana y autor de De re coquinaria, hace referencia en el siglo I a un plato en el que se mojaba pan con vinagre y almendras, y que con bastante seguridad es el ajoblanco primigenio que con el tiempo ha ido evolucionando. No sería hasta la llegada del tomate a nuestra península, a partir del siglo XV, que el gazpacho evolucionaría hasta ser como lo conocemos hoy en día.
Del ajoblanco hay distintas variedades según la zona de la península en la que nos encontremos. En Almería se toma emulsionado y espeso como un merengue, en Extremadura se acompaña de tortilla de patatas, torreznos o higos frescos, en Granada se consume como acompañamiento de patatas asadas y en Málaga se sirve con uvas de moscatel y a veces con trozos de manzana o de melón.
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